La vieja taberna apesta a pis rancio, pero es el único lugar abierto que acoge al viajero en medio de la tempestad. En la vieja taberna encuentras a un cazador huraño y desconfiado con una cuenta pendiente con un oso de la montaña, a un cansado viajero que espera la llegada de su navío, a un soldado jactancioso y pendenciero a punto de marchar a la guerra, y a una mujer en la barra cuya belleza vivió tiempos mejores. En la vieja taberna, a pesar de la inmundicia y la decrepitud, de los muros que se caen, y de la humedad que se filtra por el tejado, todos los momentos son irrepetibles, puesto que cómo sabes si volverás a encontrarte con alguno de ellos. El cazador puede que sea devorado y que no se vuelva a saber de él, al viajero podría tragárselo el mar, el soldado perecer en el combate, y tu mismo podrías irte al día siguiente y no regresar. Por lo que aprovecha el momento, vive las circunstancias, emborráchate con el soldado, pide al cazador que te cuente sus historias, desafía a la mujer a un duelo y hazle la corte al oso. O cambia el orden de todo esto. Convida al cazador a un trago, que el viajero te narre sus aventuras, pelea con el soldado a puñetazo limpio, y pasa la noche con la mujer. Tú mismo. Lo bueno de la vieja taberna es que nadie se acordará de ti cuando te vayas, y quien sabrá de ti si caes o alcanzas fortuna, si sufres escarnio o el tiempo te reserva la gloria. Lo importante es el presente. Únicamente lo que hagas esta noche cuenta en la vieja taberna.
El ritual de la vieja taberna
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